lunes, 20 de febrero de 2012



Felipe Núñez Müller cuenta que su abuela tenía cáncer al pecho y dice: Mi abuela fue sometida a una operación desesperada, porque entre el tipo de cáncer que tenía y los tratamientos que en aquella época (en 1959) existían, en realidad sólo se trataba de retrasar lo inevitable. Según opiniones médicas consultadas, si un cáncer de esas características hoy en día, aunque gravísimo tiene posibilidades de curación, en 1959 equivalía prácticamente a una sentencia de muerte. Por eso, ante su rápida recuperación, los médicos no se ponían de acuerdo. Unos decían que aquello resultaba inexplicable, otros que la habrían limpiado muy bien, cosa harto excepcional, pues la experiencia demostraba que por muy bien que se limpiase y por mucho que se cortase por lo sano, el cáncer siempre solía reaparecer, aunque fuese en órganos bien distintos... Sea como fuere, mi abuela se recuperó totalmente, nunca volvió a tener nada relacionado con el cáncer y vivió 28 años más llenos de una salud intachable. Éramos una familia muy feliz y mis padres ilusionados decidieron ampliarla. Tras un embarazo difícil, mi madre siempre se encontraba mal, el 16 de junio de 1969 nació mi hermano Luis con un problema de corazón que se lo llevó después de que el médico lo bautizara… Volvió a quedar embarazada, pero pronto la cosa empezó a ir mal y a sangrar. Todo terminó en aborto natural. Vuelta a la recuperación y nuevo intento. Volvió a quedar embarazada y volvió a ocurrir exactamente lo mismo... Entonces, se acordó de sor Mónica. Fue a Baeza y, tras contarle lo que le pasaba, sor Mónica le regaló la correílla de su hábito, diciéndole: “Toma, póntela, y cuando nazca tu bebé, me lo traes para conocerlo”. Se la puso e inmediatamente la hemorragia se cortó, las molestias cesaron y, mi madre tras un embarazo muy bueno, nació mi hermana Lourdes el 15-5-1971. Mi madre conserva la correílla como reliquia de incalculable valor… Le prestó la correílla a mi tía Pilar, cuyos hijos nacían con una enfermedad congénita y Pilar dio a luz a Juan Pablo sin ningún tipo de problema. Pocos años más tarde, tuvieron otra hija sana. Juana Ruiz Jiménez y su mujer Marisa no conseguían tener hijos y ella siempre quedaba embarazada y abortaba al poco tiempo. Mi madre le prestó el cinturón a Marisa y tuvo un hijo estupendo sin ningún problema. Mi madre, desde entonces, le presta el cinturón a cada embarazada amiga… Le prestó el cinturón a Paloma, que había tenido dos o tres abortos y estaba perdiendo las esperanzas. Paloma parece que no tenía ninguna esperanza en el cinturón, pues ella se declaraba agnóstica, pero ante su desesperación, en cuanto lo recibió, se lo puso y al momento se cortó la hemorragia que tenía y tuvo un hijo sin ningún problema.
Le pregunté a mi madre cuántas veces había prestado el cinturón y me dijo: “Muchas, ni lo recuerdo, aunque muchos casos eran sin problemas, pero no encontramos ningún caso en que hubiera fallado. Por eso, sentí que mi familia estaba en deuda. Había recibido muchas gracias para ella o amigos por intercesión de sor Mónica y ni siquiera las había comunicado al proceso de beatificación”[Summarium p. 37].

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